Sábado, 06 de Septiembre de 2025 |

Cicloviaje a la Alcarria de Cela

Texto y fotos: BICI:MAP (Valeria H. Mardones y Bernard Datcharry) Lunes, 30 de Junio de 2025

En la Alcarria de Guadalajara se viaja, Camilo José Cela nos acostumbró a ello. Viajaremos literariamente de Brihuega a Pastrana acompañados de un texto sencillo y directo, como dijo el mismo autor, y escrito en plena pos-guerra.

Hay caminos que añoras si hace mucho tiempo que no los recorres. Algo así nos ocurre con la Alcarria. Guadalajara ha sido y todavía es importante en nuestra vida ciclista, podríamos decir que nos vio nacer. Ahora que la bici ya forma parte de nosotros, volvemos a esos caminos que hemos recorrido mil y una veces, a las altas parameras azotadas por el viento, a esas campiñas recortadas por los cultivos y a esas montañas que no son tales. Es cierto que a veces los paisajes alcarreños resultan difíciles de digerir para quien los contempla desde el coche, pero no es así desde la bicicleta. Es entonces cuando cobran valor el mosaico de campos que exprimen toda la gama de verdes, los perfumados matorrales que las abejas aprovechan para producir esa miel tan espesa y toda una multitud de pequeños detalles con sabor a vida rústica y serena.

 

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La Alcarria tiene su momento y es durante la primavera, cuando los campos sembrados de cereales verdean y las tiernas espigas parecen olas oceánicas. Todavía no han despuntado las olorosas flores de lavanda, para eso tiene que llegar el verano, pero en esta época hay que llevarse la sombra puesta. En invierno las nieblas son frecuentes y los caminos nos regalan buenas sesiones de barro-terapia.

 

La puerta de Alcarria

 

Siempre que se habla de la Alcarria, se tira del premio Nobel. Está como atrapada en esa frase tan manida “La Alcarria, ese hermoso país al que a la gente no le da la gana de ir”. No vamos a seguir al pie de la letra, nunca mejor dicho, el viaje literario de Cela que lo inició en la estación de tren de Guadalajara en el año 1946. Nosotros lo haremos en Brihuega, cuestión de logística. Pero antes pararemos en el castillo de Torija, la puerta de la Alcarria. Su robusta Torre del Homenaje acoge una exposición dedicada al libro de Cela, Viaje a la Alcarria. Muestra fotografías originales que Cela y un fotógrafo tomaron, los mapas que utilizaron, así como un facsímil de su cuaderno de notas y diferentes ediciones del libro. 

 

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En la plaza de Torija vemos las primeras señales y paneles de la ruta que hace unos 10 años la diputación creó para conmemorar el centenario del nacimiento del escritor y el 70 aniversario de su viaje por tierras alcarreñas. Señales un tanto erráticas, tan pronto aparecen como desaparecen. Mejor llevar el track grabado en un dispositivo GPS, puesto que en ciertos lugares la cobertura móvil brilla por su ausencia.

 

Muchas fuentes y lavanda

 

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Brihuega se acomoda en la ladera del páramo y es la capital de la lavanda. Está por todas partes, en las tiendas de souvenirs venden aceites esenciales, cremas, jabones, cerveza y licor de lavanda. En julio, cuando la lavanda florece, organizan conciertos en medio de los campos teñidos de morado. En los suelos calcáreos y porosos de los páramos alcarreños desde siempre ha crecido el espliego junto a otras plantas aromáticas, pero los cultivos de lavanda a gran escala no tienen más de 30 años y ya hay algo más de 3.000 hectáreas dedicadas a esta planta aromática.


En Brihuega el agua, siempre fresca, mana a raudales. Hemos contado hasta seis fuentes. Llenamos los bidones en la de los Doce Caños y dejamos el empedrado del casco viejo franqueando el arco de la puerta de la Cadena. Por un camino subimos al páramo, primer cuestón del día. Una vez arriba damos un rodeo por los campos de lavanda aún sin florecer.

 

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Antes de bajar a la ribera del Tajuña, nos paramos a contemplar la estilizada galería porticada de la iglesia románica de Yela. La siguiente parada es Cívica, una pedanía sorprendente que parece sacada de una novela fantástica. Su historia tiene tantos matices novelescos que dejan espacio para muchas especulaciones. Estuvo mucho tiempo en manos de la vegetación, pero hace unos años lo compró un vecino de Barriopedro que lo desbrozó, sacando a la luz todo un complejo de corredores, balaustradas, escaleras, terrazas, arcos, capillitas excavadas en el frente de una toba que un cura heredero del paraje modeló a su antojo.

 

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Street Art y trufas

 

Retrocedemos para tomar la carreterita a Barriopedro. Preguntamos a un vecino por el camino a Valderrebollo: ¡tóo pa arriba! Nos dice, pero no nos cuenta que está lleno de piedras y surcos que nos obligan a echar pie a tierra. 

 

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En Moranchel nos comentan que, aunque el pueblo es feo, si paseamos por sus calles podremos encontrarnos con alguna sorpresa. Últimamente, muchas veces nos hemos topado con murales que dan color a las paredes maltrechas de los pueblos. La España vaciada se está adaptando a la moda del street art. Moranchel es menos que un pueblo, según la administración es una EATIM, entidad de ámbito territorial inferior al municipio, pero tiene sus trampantojos. 

 

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Camino a Cifuentes llega otro cuestón, ya van tres, así es la Alcarria. En las bajadas vemos las primeras plantaciones de encinas micorrizadas de trufa negra. Primero la miel, luego la lavanda y ahora las trufas. Los tiempos cambian y los agricultores alcarreños se ponen las pilas. 


Para muchos Cifuentes es la capital de la Alcarria, puesto que está en el centro geográfico de la provincia. Aunque desde siempre ha sido un pueblo con un pasado lustroso. Familias de abolengo, como los Silva o los Mendoza, construyeron aquí sus palacetes. Y el castillo lo mandó levantar un sobrino de reyes, el infante don Manuel. A sus pies nace el Cifuentes, un río corto que recorre no más de 11 km para entregar sus aguas al Tajo.

Es lo que nos falta hasta Trillo.

 

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Dos tetas y una central nuclear

 

Atravesamos los dos Gárgoles, el de Arriba y el de Abajo. En el de Abajo vemos unas cuantas bodegas-cueva excavadas en las colinas y un pequeño puente medieval en un agradable paraje arbolado donde paramos a descansar.


Remontamos otro cerro y divisamos las viejas y las nuevas “tetas” alcarreñas: las de Viana y las dos torres de refrigeración de la central nuclear de Trillo. La estampa da para filosofar durante unos cuantos kilómetros. Las Tetas de Viana son las señas de identidad alcarreñas, la marca Alcarria, como se suele decir. Estos dos cerros testigos son los restos de una extensa paramera desmantelada por la erosión fluvial cuaternaria. No hay que equivocarse, no se trata de una mujer en topless tomando el sol en mitad del monte.

 

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En Trillo, el río Cifuentes cae de bruces en el Tajo formando una serie de cascadas que inundan de sonido y frescor las calles del pueblo. Trillo es uno de los cinco municipios españoles que aún conviven con una central nuclear. Pistas de pádel, una piscina, campo de fútbol, un polideportivo son los beneficios de vivir junto a una central de este tipo. ¿Compensa?

 

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Los meandros del Tajo

 

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Dejamos Trillo por el puente gótico. Una pista forestal, al principio asfaltada, se ciñe al cauce del Tajo metido entre cañones y cortados. La llaman la pista de los meandros, y coincide con las balizas de un sendero local y del camino natural del Tajo, el GR-113, la gran ruta que sigue el río desde su nacimiento, en los Montes Universales, hasta la frontera de Portugal. Este tramo casi sin cuestas al principio, es perfecto para disfrutar del pedaleo, del olor a boj, del murmullo del río y por qué no, de un improvisado juego de adivinanzas ¿dónde aparecerán las torres de la central?: delante o atrás. La sinuosidad de los meandros desconcierta nuestra brújula mental. Parece que hemos dejado las torres a la espalda, pero de improviso surgen de frente. 

 

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En primavera el río Tajo baja caudaloso. Ya lleva recorridos unos cuantos kilómetros desde su cuna en los Montes Universales, lo suficiente para que haya dejado atrás las turbulencias de su juventud. Cuando entra en la Alcarria, madura, se aquieta y se retuerce como si quisiera retrasar el amargo encuentro con sus más de 15 presas, sus dos centrales nucleares y con un trasvase que lo exprime, dejándolo raquítico. Nos vamos acercando a la cola del embalse de Entrepeñas, las praderas que colonizan el lecho del río lo delatan. El Mar de Castilla, así llaman a este embalse. Durante unos cuantos años de sequía persistente lo transformó en un barreño de lodo. Pero las lluvias de este último año le han ido devolviendo su condición de playa de interior, con puertos deportivos, chiringuitos y tumbonas.

 

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Dejamos por unos kilómetros la compañía del río para acercarnos al entorno de la solitaria ermita de Montealejo situada en una hondonada. No bajamos y continuamos por la pista que da un amplio rodeo por el puntal de Los Baños, una perfecta balconada sobre la inmensa masa de agua y las alcarrias de los alrededores.

 

Pueblos alcarreños

 

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La carretera comarcal nos lleva al viaducto de Entrepeñas. Antes, entramos en Chillarón del Rey, un caserío que se asienta sobre la falda de una alcarria de llamativas tonalidades rojizas. Llenamos los bidones en la fuente de la plaza. Estamos solos. De repente llega el furgón del panadero sonando el claxon estrepitosamente. Ya no estamos solos. 


La nacional poco transitada nos lleva a Durón. Otro pueblo sin ni un alma, una calle Mayor salpicada de palacios y casonas y mucho cartel de se vende. Budia tiene más vida, su plaza con soportales está llena de movimiento, o así nos parece. En un soportal vemos la típica cerámica alusiva al libro de Cela: “La plaza parece la de un pueblo moro”. Las hemos ido encontrando en todos los pueblos, sin duda la Alcarria sigue siendo muy Cela-dependiente. Callejeando subimos a la iglesia conventual y a la nevera de los monjes. Finalmente, tomamos el camino asfaltado que continúa la subida hacia el área recreativa de El Cuerno y que termina delante de la ermita de la Trinidad en El Olivar. 

 

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Hoy El Olivar está muy lejos de ser como lo describió Cela “un pueblo miserable, perdido en la sierra, en tierra de lobos y rodeado de barrancos”. Sus casas de piedra caliza son todo un referente de la reconstrucción. A sus callejuelas llenas de rincones adornados con parras y poyatos, se asoman dinteles y fachadas de piedra, balconadas, puertas centenarias y ventanas rústicas con visillos de bolillo. Podría ser un pueblo de diseño, pero tiene su vida. Situado sobre al borde mismo de la paramera ofrece unas vistas que se pierden en la distancia, especialmente desde el mirador de la Cruz.

 

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La confinada real

 

Desde los altos páramos bajamos a la campiña agrícola de las vegas, un espacio en el que apenas hay otra cosa que campos de cereal. Aquí las carreteritas y caminos tienen el encanto especial de la soledad, de poder disfrutar del campo de verdad, de sus sonidos y de sus aromas. Rodamos apretujados entre las laderas alcarreñes pobladas de carrascas y campos de cereal donde el trigo ya crece y la cebada aún no sabe nada de la vida.


El valle del río Arlés nos deja al pie de Pastrana. La subida termina en la plaza de la Hora. El palacio Ducal domina esta plaza. Inevitablemente, un cierto morbo nos lleva a buscar la ventana enrejada a la que la princesa de Éboli se asomaba una hora al día. En una habitación de este mastodóntico edificio estuvo arrestada por conspiración Ana de Mendoza, la controvertida noble del parche en el ojo. En realidad, muchos rincones del pueblo rezuman algo de su historia y de sus secretos. Nació en Cifuentes, pero pasó sus últimos años aquí. En una cripta de la Colegiata está enterrada. Siguiendo nuestra tradición nos acercamos a la pastelería Éboli para tomarnos unos bizcochos borrachos y comprar miel alcarreña.


El viaje a pie y en carro de Cela terminó en Pastrana. Nosotros emprenderemos de un tirón el regreso a nuestro punto de partida por las alcarrias de Hontoba y de Horche, más resecas. 

 

Hoy, la Alcarria es algo diferente a la que se encontró Cela. Se ven pocos niños y afortunadamente ninguna mujer haciendo la colada en los lavaderos. Apenas rebuznan los burros y las colmenas no están hechas con troncos de árbol. Cela no vio cultivos de lavanda ni de trufas, ni tampoco pudo ver el Mar de Castilla ni las torres de refrigeración de la central nuclear. Pero lo fundamental es que la Alcarria ya no es ese lugar al que nadie quiere ir.

Los instagrammers se pelean por conseguir la foto de la lavanda en flor, hay centros btt, la Gravel Tour Alcarria es ya un evento reconocido y a las Tetas de Viana se puede subir por una escalera de clavijas. Cela lo intentó dos veces, primero acompañado de un mulo y luego en su segundo viaje, más mediático, en globo y no lo consiguió. Aunque con su habitual humor socarrón decía que ninguna teta se le resistía, las de Viana sí.

 

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DATOS PRÁCTICOS

COMENTARIOS
Ruta circular de 199 km, por carreteras con poco tráfico y caminos de tierra que en época de lluvias se pueden embarrar. Tramos llanos en las parameras y en los valles, pero pendientes fuertes en las cuestas de las alcarrias. Aunque estas cuestas puedan parecerle a cualquier aficionado a las altimetrías unas simples chinchetas, al final del día el desnivel acumulado suma. 

DORMIR
Los establecimientos hosteleros no abundan en la zona. Hay alojamiento en Brihuega, Masegoso del Tajuña, Cifuentes, Trillo, El Olivar, Pastrana, Horche (a 4 km de la ruta) y Valdeavellano. Las casas rurales en general son de alquiler completo. Con buen tiempo se puede vivaquear en las áreas recreativas.

 

 

 

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