
Como si fuera una ruleta de la fortuna, mueve con fuerza la rueda en el sentido de las agujas del reloj. El empuje inicial va menguando hasta que se vuelve a parar, pero ella retoma la iniciativa y la impulsa esta vez en la otra dirección. Mientras, recuerda lo complicada que ha sido su vida hasta llegar aquí, con demasiados pinchazos por el camino.
Su infancia no tuvo mucho de feliz. Perdió a sus padres y a la mayoría de sus hermanos antes de que cumpliera los diez años. Sin apenas haber pisado la escuela, a diario se encaminaba a un pueblo situado a unos treinta kilómetros donde vendía los productos cultivados en la huerta de la familia. Los colocaba en un transportín atado a dos sacos grandes de arpillera. unidos a una bicicleta antigua. Rara era la vez que sus pies o las ruedas no sufrían ningún desperfecto en aquellos caminos sin asfaltar. Entonces, su hermano mayor daba con la solución y ella, ávida de conocimiento, tomaba buena nota de dichos arreglos casi mágicos.
Le hablaron tanto de una vida mejor en otro lugar que un día, en las peores condiciones imaginables, emprendió un viaje donde recorrió desiertos y montañas antes de alcanzar por la mar este trozo del mundo al que llaman paraíso. Ahora ha encontrado su sitio. Vuelve a girar la rueda y comprueba que está en perfecto estado. Como buena mecánica y superviviente en la vida, sabe que cualquier neumático puede superar el bache.