Sábado, 06 de Septiembre de 2025 |

LA COLINA DE LOS ENAMORADOS

Francisco Prieto

 

No hay como el calor del amor en un bar. En uno de los más conocidos del pueblo, había quedado la parejita a través de una conocida app de citas. Apenas se conocían cinco minutos y ya estaban en la barra enfrascados en el saboreo mutuo de sus labios. Tras tomar unas birras, ambos se subieron a sus respectivas bicicletas y emprendieron la ruta durante unos cuantos kilómetros por un camino serpenteante que conducía a lo alto de una colina, bastante alejada de la civilización.

Sólo un repartidor de pizza y lambrusco, que localizó sus coordenadas en el GPS de su gravel, fue la única presencia humana en aquella noche gélida. El cielo, demasiado cerrado, impedía contemplar las perseidas, también conocidas como las lágrimas de San Lorenzo, una de esas maravillas típicas del verano que el cosmos regala a los humanos. Allí, a la parejita les dieron las diez, las once, las doce, la una, las dos y las tres … Para cuando la luna se abrió paso y la lluvia de estrellas hizo acto de presencia en el firmamento, los dos enamorados llevaban ya un buen tiempo en otros menesteres, con sus cuerpos enredados contorsionando siluetas en todo tipo de posiciones.

 

Cuando las primeras luces del día empezaron a despuntar, ambos se dieron cuenta de la desaparición de sus bicicletas. Ahora están andando seguramente a la búsqueda de un after, mientras Shakespeare piensa si los Montesco y los Capuleto sabrán de este affaire propio del siglo XXI.

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