
El Donauradweg (carril bici del Danubio en alemán) corre paralelo al río más largo de Europa desde su nacimiento en Donaueschingen, en la Selva Negra alemana, hasta Viena, la capital de Austria. Os proponemos seguir su tramo más alto hasta Passau en la frontera austríaca, durante los 9-10 días que se tardan en recorrer los 580 km.
El Donauradweg es una ruta muy rodada, facilona, más o menos llana, bien señalizada, con muchos alojamientos y con buenas comunicaciones ferroviarias. Un destino perfecto para familias y ciclistas de cualquier edad y condición física, seguro y tranquilo. No se puede pedir más.
Quizás por estos motivos la ruta se nos resistió. Nos parecía un cicloviaje con más sabor a una deliciosa excursión bucólica sin traspiés que a una aventura trepidante y excitante. Siempre teníamos en mente otra opción más atractiva o más cañera para el verano. Pero una lesión nos dio el empujón definitivo, y una vez resuelto el dónde, nos quedaba elegir el tramo. Teníamos claro que, al igual que el Danubio, comenzaríamos en Alemania.
Y aquí estamos delante de la Donauquelle, la fuente donde se afirma que nace el Danubio. Una placa lo confirma “Hier entspringt die Donau”, aquí nace el Danubio. Históricamente brota en el interior del parque del castillo principesco de Donaueschingen. Exactamente en un estanque circular ricamente decorado que recoge el agua de varios manantiales. Una fuente algo controvertida actualmente puesto que para los geógrafos el origen estaría bien en la confluencia de dos ríos de montaña, el Brigach y el Breg, o en las fuentes de este último situadas en plena Selva Negra.
El joven río
Donaueschingen es una ciudad acogedora y muy tranquila esta mañana de domingo. El frescor y la humedad nos animan a pedalear y nos recuerdan que estamos a 700 m de altitud. Las primeras indicaciones del Donauradweg nos llevan a atravesar un hermoso valle, abierto al principio y con encantadores paisajes. Es el valle del Baar, una meseta que bordea la Selva Negra. El joven Danubio no es más que un riachuelo saltarín de menos de 5 m de ancho con muchos rápidos, bastante alejado del famoso estereotipo del Danubio Azul.
Pasado Immerdingen el río desaparece en una grieta de la roca caliza, el caudal disminuye considerablemente, incluso dicen que a finales del verano se seca. Una placa indica la distancia que separa este punto de su desembocadura en el Mar Negro. Son 2.840 km, no en vano el Danubio es el segundo río más largo de Europa, después del Volga.
Tuttlingen es la primera ciudad grande con la que nos topamos. Cambiamos de margen solo por el placer de oir crujir y oler la madera de sus originales puentes cubiertos del siglo XVIII. Poco antes de Mühlheim an der Donau nos salimos de la ruta oficial para acercarnos a su casco histórico situado en lo alto de una empinada colina. Estos pequeños pueblos alemanes con casas de entramado madera visto y tejados puntiagudos de pizarra, son muy coquetos, como se suele decir... de postal.
El Parque Natural del Alto Danubio
El valle se va estrechando, hasta que literalmente se encajona, forjándose paso a través de las montañas calcáreas del Jura de Suabia. Los bosques llegan hasta la misma orilla. Atravesamos el Parque Natural del Alto Danubio (Naturpark Obere Donau), uno de los tramos del recorrido más vistosos y salvajes. Los paisajes son francamente espectaculares: gargantas estrechas, acantilados de paredes verticales, valles aislados, exuberantes bosques y jugosas praderas que invitan a una siesta; pero llueve. El asfalto da paso a sinuosas pistas forestales que no paran de subir y bajar ¡El Donauradweg no es tan llano como dicen!
Para acercarnos al monasterio de Beuron cruzamos el río por otro puente de madera, ciertamente bonito. La iglesia del monasterio es de un barroco un tanto grandilocuente con pinturas en el techo. Regresamos a nuestro río, ahora muy concurrido por palistas que se preparan para un descenso en canoa. Más adelante se divisa, al otro lado del valle, en la cima de una pared vertical, cual si fuera un nido de águila, el castillo de Werenwag.
Según nos aproximamos a Sigmaringen vemos desde muy lejos su monumental castillo. Decidimos subir. Aunque lo que realmente nos encantó fueron las coloridas casas con entramados de madera de la calle Fürst Wilheim Strasse llena de terrazas y macetas con flores.
Las llanuras fluviales
El paisaje se va ensanchando conforme las paredes verticales de pura roca van desapareciendo. Tras Megen llegan largas y monótonas rectas entre maizales y campos de cereal aún verdes. El terreno es llano y la bici vuela. Rodamos encima de un dique por un camino de tierra lleno de baches con agua hasta que finalmente llegamos a Riedlingen. Pasaremos la noche aquí. Hoy toca camping. La noche anterior, como llovía, dormimos en una private zimmer. Son casas particulares que ofrecen habitaciones con baño y desayuno. Son fáciles de encontrar sobre la marcha, se anuncian en la misma ruta con carteles del tipo zimmer frei (habitaciones libres).
Accedemos al centro de este coqueto pueblo por una arcada, la plaza está rodeada de hermosas casas que lucen entramados de madera de colores. Da gusto ver pueblos así. El camping está a las afueras. Más bien se trata del jardín de una granja, pero hay todo lo necesario, incluso una máquina expendedora de cervezas digna de un museo.
Paisajes agrícolas para dar y tomar
Arrancamos igual que la tarde de ayer, entre campos de maíz y colza, pero con la diferencia de tener el viento en contra. Pasado Zwiefaltendorf llega una de las rampas más duras de toda la ruta. Su 20% de pendiente nos cogen por sorpresa sin darnos tiempo a cambiar, tuvimos que echar pie a tierra. Al final de la cuesta espera un pequeño refugio para los cicloviajeros con mesas y sillas, también hay agua y enchufes para recargar. Vemos muchos ciclistas, sobre todo de edad avanzada, que con sus bicis eléctricas nos adelantan sin dificultad.
Atravesamos la reserva natural Flusslandschaft Donauwiesen, una amplia llanura de inundación, hábitat de numerosas aves. A partir de aquí y hasta Munderkingen, unas esculturas de cigüeñas jalonan el recorrido. El pueblo en sí está lleno de estas esculturas, cada una de un artista diferente.
Los últimos kilómetros hasta Ulm son realmente bonitos; el Danubio, a ras de nuestro camino, atraviesa un parque muy frondoso, repleto de gente patinando, en bici o simplemente paseando.
Buscamos la inclinada torre de los Carniceros, la Metzgerturm, para acceder al centro urbano y llegar sin complicaciones a la plaza de la catedral. Solo con hacer este breve recorrido ya nos encantó la ciudad. No lo pensamos mucho más, nos quedamos. En la oficina de turismo nos recomiendan un hotel de la red Bett&Bike que está situado en pleno centro, al lado de la catedral. El lugar es encantador, situado en un edificio antiguo y está regentado por una señora muy amable que habla castellano.
Ulm, la ciudad del gorrión
Dejamos la habitación hecha un mercadillo con toda la ropa colgada secándose. La catedral está a tiro de piedra, de manera que por ahí empezamos. Según dicen, tiene la aguja más alta del mundo. En el interior lo que más impresiona es la altura de sus arcos y el coro. Calibramos el estado de nuestras piernas después de estos días de pedaleo y nos decidimos atacar sus más de 700 escalones. Las vistas de la ciudad son increíbles a pesar de que está nublado. Posado sobre uno de los tejados, avistamos al famoso Ulmer Spatz, el gorrión que simboliza la ciudad. Enseguida nos dirigimos al barrio de los pescadores, el Fischerviertel. Hay que dejarse llevar por el laberinto de callejones adoquinados que conduce a cada una de sus hermosas casas de entramados de madera y balcones floridos, a sus coquetos puentecitos y a sus plazas presididas por perfumados tilos. Nos tropezamos con la Schiefe Haus, un edificio de madera ‘escorado’ del siglo XV, con una plomada que mide su inclinación.
Retomamos la rutina del pedaleo tras día y medio de descanso. Hemos cubierto la tercera parte de la ruta, el Danubio ha crecido, ahora tiene casi 100 m de envergadura.
Descubriendo Baviera
Nada más dejar Ulm entramos en Baviera. El lander más grande y rico de Alemania. También es la región de la cerveza por antonomasia, de las salchichas blancas y de los bretzel, unos panecillos en forma de lazo.
Rodamos por un tedioso carril bici pegado a las carreteras y vías del ferrocarril. Las pequeñas ciudades se suceden, no tienen mucho encanto y están un poco alejadas del río. Un camino de gravilla nos lleva hasta una cerrada zona boscosa en la que apenas entra el sol. Resulta reconfortante, pedalear inmersos bajo la copa de los árboles, sobre todo después de los tramos abiertos y monótonos que nos habían tocado últimamente. Luego atravesamos una amplia zona de humedales y represas. El agua almacenada abastecía una central nuclear cerrada, ahora es el paraíso de las aves acuáticas.
En la travesía de Lauingen, el carril bici no está segregado y es la hora punta. Por primera vez en este viaje no nos sentimos seguros, desconfiamos de los conductores. De repente, nos adelanta a tumba abierta una ciclista con sus hijos en un carro, los coches ralentizan y la dejan pasar tranquilamente, sin insultarla. Entendido, estamos en Alemania y las bicis no incomodan. La travesía de todo el casco urbano de Dillengen an der Donau, ya no se nos atraganta, y podemos disfrutar de su centro histórico al que se accede por el arco de la torre Mittleres.
Pasado Grenheim, vemos una pileta que invita a un frío remojón. Se trata de uno de los baños naturales Kneipp que hay en toda esta zona. En el siglo XIX, Sebastian Kneipp inventó la crioterapia con baños en las frías aguas del Danubio. Una terapia que ahora es común ¿Quién no conoce la sensación de alivio al meter las piernas en agua muy fría tras una jornada intensa?
Con algo más de energía seguimos hacia Donauwörth. A la salida de la ciudad, el carril bici se desdobla, a la derecha sigue la Vía Claudia, otra ruta ciclista que lleva a cruzar los Alpes para alcanzar Venecia. Será para otra ocasión, ahora continuamos de frente.
Los grandes espacios abiertos y llanos dan paso a las colinas salpicadas de bosques y las subidas se imponen. En Neuburg an der Donau decidimos terminar la jornada de pedaleo. El castillo domina la ciudad y el centro histórico parece bonito. Además, la ciudad está de fiesta, una carpa con mesas corridas nos invita a tomar algo y el camping pertenece a un animado club de remo. Todo esto suena muy bien.
Al día siguiente, con las primeras pedaladas, atravesamos un agradable bosque que rodea un palacete de caza. Para visitar el casco antiguo de Ingolstadt cruzamos el río por un puente ondulado. En una plazoleta junto al lado el castillo nuevo han instalado un mercado donde aprovechamos para comprar algo de fruta, y salir de la rutina de las salchichas.
Navegando por el Danubio
El terreno sigue siendo llano. Cruzamos una gran llanura de inundación. El cauce del Danubio está muy ramificado y se aprecian varios brazos abandonados. Rodamos encima de un dique de contención contra las inundaciones. Estos tramos rectilíneos son un tanto monótono y la gravilla no nos deja rodar todo lo rápido que quisiéramos.
A través de ondulados campos de lúpulo, alcanzamos la abadía de Weltenburg. Hoy es sábado y está lleno de turistas que llegan en autobuses para caminar el último tramo hasta el monasterio. Se trata de la abadía más antigua de Baviera. Fue fundada en el año 610, pero en el siglo XVIII, le dieron al edificio su forma barroca actual.
El río vuelve a encajonarse, aunque ahora lleva mucho más caudal. Para no dar un rodeo y con la ilusión de subirnos a un barco que nos deje en Kelheim, nos acercamos a la taquilla del muelle. ¡No todo iba a ser pedalear! El tramo que cubrimos no tiene más de 6 km, pero navegamos a través de una garganta, que aunque con el día muy cubierto disfrutamos muchísimo. Una pena no poder entender nada de las explicaciones vociferadas por megafonía.
Ahora nos acompaña una lluvia ligera que todavía no nos molesta. En Kelheim callejeamos un poco, pero la ciudad no termina por inspirarnos, de modo que continuamos. A medida que nos acercamos a Regensburg la lluvia va arreciando.
Una ciudad patrimonio de la humanidad
Aunque el tiempo no acompaña como para poder visitar a gusto la ciudad, tenemos toda la tarde para descubrir los incontables rincones que esconde. Vemos restos romanos como la Porta Praetoria, la puerta torre de la antigua fortaleza medieval, el puente de piedra, la catedral gótica y la capilla románica del claustro. Y también los escaparates de las tiendas que muestran los típicos trajes bávaros, los Dirndl, con sus blusas escotadas, sus corpiños, sus faldas y sus delantales.
Hasta aquí, el Danubio siempre ha fluido en dirección noreste, en Regensburg alcanza su punto más septentrional y a partir de ahora lo hará hacia el sureste, hacia Budapest. Su caudal ha ido aumentando considerablemente con los aportes de varios ríos importantes. Vemos todo tipo de embarcaciones, desde lanchas a motor, veleros y cruceros, hasta inmensos cargueros llenos de coches o de chatarra. La instantánea tiene algo de surrealista. Muchos puertos fluviales para embarcaciones de recreo acogen a los ciclistas que pueden instalar su tienda de campaña y utilizar los aseos por un módico precio.
Los diques de contención
Atravesamos las fértiles llanuras arcillosas de Gaüboden amenazadas constantemente por las crecidas. Se trata del llamado ‘granero de Baviera’, donde cultivan enormes campos de cereal, de maíz, patatas y remolacha. A menudo, avanzamos junto o encima de los diques de contención.
Cruzamos el río para visitar Straubing, tiene buena pinta y no defrauda. Recorremos su calle central que nos lleva a su plaza monumental. Un gran rectángulo adoquinado rodeado de casas señoriales de colores con tejados puntiagudos en cuyo centro se alza la torre Stadtturm y una columna rematada por una escultura dorada. Ni siquiera es la una y ya oímos nuestras tripas ¡cada día comemos más pronto! Buscamos una Bäckerei (panadería) para comprar unos pretzels rellenos.
Hoy dormimos en una pensión, en un pueblecito pasado Bogen, nos la recomendaron unos ciclistas que cruzamos. La cena estaba riquísima, la puesta del sol a orillas del río maravillosa; del opíparo Frühstück (desayuno) con yogur y pan caseros, mejor no hablar. Todo un homenaje para este penúltimo día de pedaleo.
Hasta Passau hay poco que ver, así que los kilómetros pasan rápidamente. Alternan tramos relajados junto al río rodeados de campos de cultivo y otros, un tanto pestosos junto a ruidosas autovías o carreteras estatales. En Hofkirchen vemos las marcas de agua que han ido dejando los sucesivos desbordamientos del río, la más alta con diferencia tuvo lugar en 1999. Rodamos acompañados de multitud de ciclistas que han salido unas horas a disfrutar con sus bicicletas eléctricas de este magnífico día soleado. La entrada a Passau no es especialmente bonita. Cruzamos el Danubio por una enorme presa en la que se pueden ver las esclusas que utilizan los barcos para salvar el desnivel del agua.
La ciudad de los tres ríos
Hay grandes cruceros atracados en los muelles del Danubio, no para de entrar y salir gente ¡Vaya diferencia con el impetuoso río del principio del viaje! El casco medieval de Passau se concentra en una estrecha península rodeada por el Danubio crecido con las aguas del río Ilz y, por otro lado, por el río Inn. Desde la punta vemos como se mezclan las aguas de estos tres ríos de tan distinta procedencia. Nos dejamos llevar por los empinados callejones y entramos en la catedral de estilo barroco italiano para conocer su fastuoso órgano, famoso por su tamaño.
Nos hemos quedado a las puertas de la frontera austríaca, que no cruzamos. Sentados en el andén de la estación, hacemos un balance del viaje. Ha sido un verdadero placer rodar por el Donauradweg. Habíamos leído sobre las excelencias de la red de vías exclusivas para ciclistas en Alemania, pero de verdad que hay que verlo para creerlo. Hemos pedaleado a través de densos bosques, a veces bajo la lluvia, a través de infinitos campos de cereal o de maíz. Hemos rodado encima de monótonos diques con el viento en contra, pero con la mente puesta en el strudel (pastel de manzana) que nos estábamos ganando. Hemos visto crecer el Danubio, desde su juventud hasta más allá de su adolescencia. Nos hemos quedado prendados de más de una Markplatz (plaza de mercado) cuyo espacio se disputan las flores y las mesas de terrazas. Hemos compartido una radler con otros cicloviajeros en un biergarten (bar en terraza típico) de mesas corridas. En fin, que un viaje en bici siempre trae recuerdos conmovedores a pesar de los prejuicios que pudiéramos haber tenido antes de partir.
DATOS PRÁCTICOS
·RUTA LINEAL: 586 km. Aunque la guía bici:map divide el recorrido en 9 etapas, aconsejamos disponer de 12 a 15 días para disfrutar aún más de los paisajes y del pedaleo slow.
·TIPO DE BICI: Cualquier bicicleta capaz de soportar alforjas o una configuración bikepacking es válida. Los caminos son cómodos y la mayor parte del recorrido transita por carriles bici segregados o, en su defecto, por carreteritas vecinales o vías de servicio sobre los diques de contención del río. En este tramo alemán, encontramos bastantes pistas forestales y caminos agrícolas de gravilla, siempre fáciles de rodar.
·DORMIR: No hay problema para encontrar alojamiento. La guía bici:map sobre el Danubio plasma esa riqueza de hoteles y pensiones del tipo Bette&Bike (cama y bici), albergues, campings y habitaciones en casas particulares acostumbradas al paso de los cicloturistas.