Voy a ganar seguro. Con esta frase motivante, reafirmaba en cada pedalada esa determinación de triunfo cuando ya vislumbraba la pancarta de 2 kilómetros a meta. Iba en solitario, en cabeza de carrera, tras atacar en el sitio y el momento oportuno. Por detrás, el siguiente grupo seguía sin entenderse. Según la última comunicación por el pinganillo de su director, mantenía medio minuto de diferencia.
Tras sortear con destreza una complicada curva a derechas con el suelo ligeramente mojado, sólo un desfallecimiento podía arruinar su éxito. Físicamente se encontraba llena de energía y su mente hacía el resto. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, los coches y motos que la precedían se frenaron en seco y la obligaban a parar. No entendía nada hasta que, ante su vista, la barrera de un paso a nivel empezaba a bajarse. En un suspiro, las perseguidoras le dieron caza.
Cuando la ansiedad se apoderaba de ella, el subconsciente salió en su rescate y la sacó de su letargo. Aún sudorosa y en mitad de la noche, abrió sus ojos y dando medía vuelta en la cama alcanzó su móvil. Tecleaba con precipitación sus teclas hasta que, en un momento, su cuerpo soltó un suspiro, se relajó y, recuperando su posición inicial, cayó con celeridad de nuevo en brazos de Morfeo. El libro de ruta le había indicado que no había vías de ferrocarril cercanas en toda la etapa de hoy. Ya de día, al despertar, sabía que iba a ganar seguro.