Era un Poulidor en potencia. Todavía no había estrenado su casillero de triunfos profesionales, pero su colección de segundos puestos era digna de récord Guinness. Los entendidos creían que le faltaba madera de ganador, otros sugerían que carecía de la tranquilidad necesaria en los metros finales y otros recalcaban su falta de astucia en carrera.
Él estaba convencido que sus nulos éxitos se debían a razones esotéricas. Leía a diario el horóscopo, visitaba con frecuencia a videntes que miraban una bola de cristal o le echaban las cartas sin acabar de descubrir cuándo podría romper su maleficio. Incluso recurrió a brujos con la intención de quitar el mal ojo que creía firmemente que algunos rivales le echaban. Un día, un rival equivocó una pancarta del premio de montaña con la de meta. El segundón aprovechó la oportunidad para por fin alzar victorioso los brazos, algo que repitió en las dos siguientes carreras.
Parecía estar en racha. Sin embargo, su confianza se excedió en demasía, volvió a su racha de segundos puestos y ya no regresó a la buena senda. Hastiado, se retiró muy joven del ciclismo y ahora se dedica al periodismo, pero no al deportivo. Colabora con un periódico local cubriendo a un compañero que no vio venir una caída que le impide ir a trabajar desde la pasada semana. Él también fue ciclista con anterioridad, pero ni por asomo llegó a las cifras de nuestro Poulidor que, como cada día, acaba de terminar de redactar el horóscopo.
