
Cual personaje de Rostand, se hacía llamar Cyrano. Pueden dar fe de la originalidad y delicadeza de sus versos las bellas damiselas que recibían en sus buzones, en torno a la mitad de cada mes, las cartas personalizadas de aquel remitente que provocaba la palpitación de sus corazones. Se dice que escondían aquellas palabras amorosas a buen recaudo de maridos o pretendientes para evitar duelos a espada y un reguero de sangre innecesario.
Como cada día 10, Cyrano depositaba su creatividad en un paraje algo apartado. Siempre, a las once de la mañana, aparecía el cartero habitual subido a su bicicleta. Ante la atenta mirada de aquel romántico empedernido, llenaba su zurrón con esas composiciones poéticas que con tanta ilusión preparaba, sin faltar ningún mes a su cita. Sólo cuando el cartero volvía a subirse a su velocípedo y reemprendía su marcha, Cyrano abandonaba su puesto de observación con la tranquilidad de que todas sus misivas llegarían a su destino.
Sin embargo, un día 11 del calendario, una noticia convulsionó la isla. El cartero había desaparecido. No había noticias de su bici ni tampoco de las cartas recogidas el día anterior. Se rumorea que abandonó por mar aquel lugar al ser la persona agraciada con un gran premio en un juego de azar. Llegada esa noticia a oídos de Cyrano, éste se volvió más prosaico. Desde entonces, para desgracia de sus admiradoras, ya sólo realiza envíos masivos por email y sin personalizar de una conocida administración de lotería.













