
Decir que el uso habitual de la bicicleta es una poderosa medicina no es novedoso.
El ejercicio que practicamos de esa forma favorece el correcto funcionamiento de muchas de las partes que componen el organismo humano.
Desde la musculatura, que se ejercita con las contracciones y relajaciones musculares, hasta las articulaciones, cuyas superficies se relacionan sin impacto, o el corazón que bombea sin necesidad de elevar en exceso la tensión arterial.
Y no solo son la faceta física y la fisiológica las que obtienen beneficios del uso regular de la bicicleta. La psicológica también los disfruta.
De hecho, hace mucho tiempo que se conoce que la práctica de ejercicios rítmicos y prolongados estimula unas fibras nerviosas, llamadas A-delta o mecanorreceptoras, que descargan sus señales en nuestro sistema nervioso central.
La repetición de esas descargas hace que ciertas células de dicho sistema produzcan sustancias opioides, como las endorfinas, las encefalinas y las dinorfinas, similares a fármacos artificiales como la morfina.
Además de esas drogas que generamos, el ejercicio también estimula la producción de otras sustancias naturales como la dopamina, la serotonina y la oxitocina.
Al conjunto de las citadas se les llama “hormonas de la felicidad” por razones muy evidentes.
Se ha demostrado que la percepción de una buena calidad de vida se estimula con el uso semanal de la bicicleta, e incluso un uso ocasional, al favorecer el aumento de esas sustancias, puede aportarnos esa grata sensación.
No es extraño entonces que, tras unas cuantas sesiones, sintamos la necesidad de seguir utilizando este medio de transporte de forma habitual, pues la sensación de bienestar que proporciona crea una positiva adicción.
Pedalear ayuda a desfogarse. A reducir la tensión o estrés que generan otras muchas actividades cotidianas, como las laborales.
No debemos olvidar que, cuando el ejercicio se realiza al aire libre, bajo los rayos del sol, la producción de serotonina se ve doblemente estimulada.
Además, cuando el entorno del tráfico lo permite, ese ejercicio rítmico y prolongado favorece también la concentración, como los mantras de algunas religiones y las técnicas de introversión.
El aumento de endorfinas, con su efecto relajante, también resulta ser útil para reducir los cuadros de ansiedad, tan propios de la forma de vida actual.
Lo mismo ocurre con muchos de los problemas relacionados con la pérdida de la autoestima y la depresión, que se ven aliviados por las gratas sensaciones que se generan al realizar un gesto tan cautivador como el de pedalear en espacios abiertos.
Ver que somos capaces de superar retos como el de desplazarnos por nuestros propios medios, o relacionarnos con otras personas durante el viaje, al no estar encerradas en un vehículo a motor, nos hace sentirnos mejor.
Por otra parte, se ha descrito, y doy fe personalmente de ello, que la creatividad se estimula rodando en bicicleta o realizando ejercicios similares.
Con frecuencia me veo obligado a parar y grabar notas de voz sobre ideas que brotan del cerebro, simplemente porque con la actividad regular se estimula su riego sanguíneo.
En cuanto transcurren unos cuantos minutos de ejercicio físico, los suficientes para automatizar los gestos, dicho órgano parece experimentar un aumento y mejora de su labor, encontrando respuestas para preguntas que antes se quedaban sin ellas, mejorando la memoria y el razonamiento.
No acaban aquí los beneficios psicológicos de pedalear.
Fruto del ya descrito aumento de las hormonas de la felicidad y de la fatiga física propia del ejercicio, rodar en bicicleta facilita la conciliación del sueño, reduciendo un problema que afecta a una gran parte de la población: el insomnio.
Resumiendo, podemos afirmar que el uso regular de la bicicleta genera estímulos que nos proporcionan placer y armonía, logrando que nos sintamos mejor con nosotros mismos y con nuestro entorno.