
Los almendros florecen, la primavera está a la vuelta de la esquina y empieza a entrarnos el gusanillo de la bici. Así que desempolvamos un viaje ya planeado desde hace tiempo y ponemos rumbo a Extremadura por el Camino Real de Guadalupe. Con eso de que ha llovido tanto en otoño e invierno, la explosión de vida y de colores será todo un poema visual en la dehesa extremeña. Incluso a los desabridos campos de La Sagra toledana les sienta bien esta estación.
Para ponernos en contexto. El monasterio de Guadalupe, situado en la comarca cacereña de Las Villuercas, llegó a ser el principal centro de peregrinación de la península, antes de que Santiago de Compostela se pusiera a la cabeza. Su mayor apogeo lo tuvo entre los siglos XV y XVI. Hasta aquel remoto valle llegaron desde muy diferentes puntos de la geografía española miles de peregrinos, algunos de renombre como Cervantes o Cristóbal Colón. Sin embargo, fueron reyes, como Carlos V, Felipe II o la reina Isabel la Católica, quienes le dieron sus cartas de nobleza. Por su carácter de Camino Real, tuvo todo el apoyo de la realeza y sus privilegios de protección que terminaron por transformarlo en una importante vía de comunicaciones. Guadalupe se convirtió en el epicentro espiritual del reino, hasta finales del siglo XVII cuando Santiago de Compostela lo desplazó. Guadalupe y sus caminos cayeron entonces en el olvido.
Como en todos los caminos de peregrinación hay varias rutas. El Camino Real, que sale de Madrid, es el más vivo actualmente. Atraviesa la comarca de La Sagra, el granero toledano, y se acerca al río Tajo en Talavera de la Reina para cruzarlo en Puente del Arzobispo. Una vez en tierras extremeñas, los paisajes serranos se imponen y empieza lo duro. Suma unos 260 km, que proponemos en cuatro etapas para inaugurar esta primavera.
ETAPA 1: MÓSTOLES - TORRIJOS (62,9 KM)
Con el fin de evitar la vorágine urbana y las populosas ciudades dormitorio madrileñas, decidimos tomar el tren de Cercanías y salir de la estación Móstoles-El Soto. En un suspiro nos plantamos delante del primer panel informativo del Camino Real, a la entrada del parque El Soto. Las señales nos llevan directamente a la Vía Verde del Guadarrama que ocupa el trazado del antiguo ferrocarril que conectaba Madrid con Almorox, en la provincia de Toledo. Era un tren de vía estrecha que los fines de semana llevaba a los madrileños a las playas del río Alberche. Circulaba a no más de 20 km/h, menos que las ebikes de ahora. En el Puente de Hierro paramos para tomar unas cuantas fotos y vemos lo que queda de la antigua estación Río Guadarrama, ya que la vía se abandonó en 1970. Tras dejar la vía verde, los hitos kilométricos de granito y otras señales con el acrónimo CRG (Camino Real de Guadalupe) pintado en los puntos claves nos sirven de orientación.
Pedaleamos a buen ritmo por el llamado carril de los Toledanos paralelo al río Guadarrama. Parece una autopista, pero el traqueteo de las rodadas de los tractores nos recuerda que no es más que una pista de tierra. Los tramos arenosos y la subida a El Álamo nos fuerzan a moderarnos. Es el ímpetu del primer viaje de la temporada.
Cruzamos el último pueblo de la Comunidad de Madrid y dejamos atrás sus urbanizaciones con aroma a chocolate con churros dominguero. En Casarrubios del Monte, nos desviamos para ver su castillo de ladrillos, está en obras y parece que va para largo. Los bancos de arena empiezan a incomodarnos, hasta tal punto que tenemos que patear unos cuantos metros hasta alcanzar el paso elevado de la autovía de la Sagra.
Atravesamos varios pueblos de la comarca de La Sagra, todos anodinos y afeados por el urbanismo de promotores. En la fuente de la ermita de Camarena rellenamos los bidones y en Fuensalida nos sorprenden el número de zapaterías de la calle principal. El piso de los caminos mejora, pero todavía tenemos algún susto con los bancos de arena. Los kilómetros vuelan. El verde, punteado por el rojo de las amapolas, le da alegría a las rectas que se pierden en el horizonte.
Terminamos la etapa en Torrijos. Su casco urbano no es para tirar cohetes, pero rastreando sus pinturas murales lo recorremos enterito.
ETAPA 2: TORRIJOS - TALAVERA DE LA REINA (53,8 KM)
Al dejar el pueblo, nos acercamos a la estación para ver un mural que se nos había quedado en el tintero por culpa de unas cervecitas. Se llama Don Wey de la Mancha, ¡cómo podía faltar uno en homenaje al Quijote!
A partir de Torrijos, el Camino Real enfila pleno oeste. Los caminos nos llevan de un pueblo a otro, la mayoría sin señas de identidad marcadas. Geridonte, Carmena, La Mata y Cebolla son aglomeraciones mucho más pequeñas que los de ayer, se nota que nos alejamos de la capital. En los campos despuntan aún más las manchas rojizas de las amapolas silvestres entre los trigales ya espigados. Las flores desbordan el camino, a la izquierda las azules, a la derecha las rojas, como queriendo ir a contracorriente.
Los caminos, a veces reducidos a rodadas por el estallido de vegetación, son disfrutones y permiten poner los sentidos al servicio del paisaje. Hemos dejado atrás las rectas infinitas y ahora culebreamos por suaves lomas que añaden otra dimensión a la escena.
En la ermita de San Blas pasado Cebolla, la arena no nos deja ni siquiera mantenernos encima de la bici, intentamos empujar y se clavan. Retrocedemos y bajamos a la carretera. Es bueno rectificar a tiempo y aceptar nuestras realidades. Retomamos las señales después de Montearagón y nos acercamos a un meandro del río Tajo. Un camino de piso irregular, que nos hace botar sobre el sillín, atraviesa los regadíos de la vega talaverana.
Salvamos el río Alberche por el pasillo peatonal del puente de la nacional. A un lado se ven los restos del puente viejo engullido por la vegetación. La entrada a la ciudad por su polígono industrial no transmite buenas sensaciones, pero inesperadamente confluimos en un flamante carril bici con farolas que nos lleva directamente al centro urbano. Talavera de la Reina es una ciudad grande y alargada. En las iglesias, en las paredes, en los bancos públicos, en los restaurantes, en las fuentes, mires dónde mires, hay azulejos. Es la ciudad de la cerámica por excelencia, declarada en 2019 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco ¡Ya tenemos en qué echar lo que queda de la tarde!
ETAPA 3: TALAVERA DE LA REINA - VILLAR DEL PEDROSO (65,5 KM)
Empezamos el día con energía y el pedaleo por la margen del Tajo nos da alas. Dejamos atrás el altísimo puente de Castilla-La Mancha, el de hierro y el puente Viejo o Romano, que solo tiene los cimientos. El Camino Natural del Tajo discurre cerca del río, mientras que el de Guadalupe se aleja de sus orillas. Estamos a lo que estamos, así que nos desviamos. Pasamos por Alberche, uno de los primeros pueblos que se desprendió de su apellido franquista, del caudillo. Junto al punto limpio nos topamos con el simbólico hito 100 y con unos antiguos secaderos de tabaco abandonados. Luego, en Calera y Chozas, arranca la Vía Verde de la Jara que se encamina en dirección pleno sur. Sin embargo, nuestro rumbo sigue hacia el oeste.
Desde el camino a Alcañizo se perfilan a la derecha las cumbres nevadas de la Sierra de Gredos y a la izquierda las de Altamira, una de las barreras orográficas que nos separan de Guadalupe. Al acercarse a Oropesa, el camino empieza a ganar altura entre lanchas de granito. De la autovía A-5 la imponente el perfil almenado de la torre del homenaje del castillo de Oropesa no pasa desapercibido, pero desde nuestro camino solo vislumbramos una inmensa antena. Así que en el primer cruce cambiamos de dirección y callejeamos para acercarnos al edificio. Parte del castillo-palacio pertenece al parador, pero se puede subir a sus torres. Desde arriba contemplamos un soberbio panorama. Por un lado, el perfil de Oropesa repleto de iglesias, casonas y conventos. Hacia el otro lado, la gran llanura del Campo Arañuelo con las montañas de la Sierra de Gredos cerrando el horizonte. La estatua de Francisco Álvarez de Toledo junto al portón de entrada de la iglesia del Colegio de los Jesuitas recuerda que el quinto Virrey del Perú y saqueador de la plata del Potosí nació aquí.
A partir de ahora nos olvidamos del poniente y nos dirigimos al sur para atravesar las dehesas de Oropesa. Un cambio radical después de tanto monocultivo. Tras la primera cancela, aminoramos la marcha por la sensación de paz y armonía de este bosque ahuecado de encinas. Nos acercamos a otro mundo, el de las dehesas. Nada desentona en este espacio lleno de vitalidad, donde el verde y las flores multicolores tapizan los rincones y la vista se pierde entre las copas de los árboles. El silencio es el mejor envoltorio de este regalo para los sentidos. Un repecho nos lleva a las casas del Pozuelo y por unas rodadas atravesamos su dehesa con ganado que pasta libremente. Finalmente conectamos con un buen camino que lleva directamente a Alcolea de Tajo, situado en lo alto de una colina. Bajamos sin contratiempos a El Puente del Arzobispo, donde volvemos a encontrar el Tajo y la cerámica. En la de Talavera predominaban los azules y en la de aquí los verdes. Bajamos al puente, una sólida construcción del siglo XIV con once arcos de piedra de estilo gótico. El arco principal está repleto de nidos de aviones comunes, parientes de las golondrinas. Pasan bajo los aleros los meses cálidos y luego viajan a África para invernar. Al otro lado del puente empieza Extremadura. Continuamos por asfalto y poco antes de coronar un alto nos desviamos por un camino un tanto rompepiernas para un final de jornada.
ETAPA 4: VILLAR DEL PEDROSO - GUADALUPE (58,5 KM)
Ayer, ya divisábamos la oscura silueta de la sierra de Altamira, el primer gran escollo de la ruta. Estamos preparados mentalmente para afrontar los tres collados que nos separan de Guadalupe. A partir de Carrascalejo, tomamos la carretera descartando el trazado oficial que, según nos dicen, lleva por caminos pedregosos bastante más duros. La subida al alto de Arrebatacapas es para disfrutarla a cámara lenta, no para arrastrar la bici. Un altar y una gran cruz es lo primero que vemos, aunque también hay un área de recreo con un panel informativo en el que leemos la definición de arrebatacapas, “lugar por donde corren vientos impetuosos” ¡De buena nos hemos librado! Solo corre una ligera brisa. Bajamos a buen ritmo por la carretera, aunque las señales mandan tirarse por una vereda pedregosa entre jaras. No queremos líos.
Pronto vemos las primeras casas de Navatrasierra, un pueblo serrano por el que no se suele pasar, de hecho, para visitarlo hay que ir con toda la intención. Su generosa fuente de agua nos da la bienvenida y un poco más adelante paramos en un bar para tomar un tentempié. Un vecino nos comenta que el Camino Real de Guadalupe le ha dado vida al pueblo. Se nos quedó pendiente la visita a su Centro de Interpretación de los Fósiles, con trilobites y otros animales marinos del Paleozoico. Vemos muchos ciclistas de la zona. Nos dan una descripción muy precisa de lo que nos falta, porcentajes incluidos. Aunque sabíamos que estos últimos tramos iban a ser difíciles, se agradece. Rodamos por una carreterita estrecha nada transitada y arropada por robles, alcornoques y castaños que parecen comerse el asfalto. Esta carreterita nos enamora literalmente.
El mirador de los Canchos del Ataque da vista a unos riscos de cuarcita de hace 475 millones de años. El mirador es un punto de interés geológico del Geoparque Villuercas-Ibores-Jara. El espacio abarca una sucesión de viejas sierras dispuestas en paralelo de noroeste a sureste, similares a los Apalaches americanos. Ya hemos salvado la primera de estas líneas montañosas, delante tenemos la segunda, la sierra del Hospital del Obispo, más alta si cabe. Nos desviamos al merendero de Los Horcones y hacemos otra parada, ya llevamos tres. Qué más da, el entorno lo reclama y unas peonías silvestres en flor lo justifican. Volvemos al asfalto, las cosas van a ponerse serias y aún faltan 25 km y dos collados para Guadalupe. En medio del robledal se ubica el llamado Hospital del Obispo. En la Edad Media pasó de ser un pabellón real de caza a hospital de peregrinos, el más afamado del Camino de Guadalupe.
Ninguna señal indica que hemos alcanzado el collado de la Cereceda o del Hospital. A sus 1.080 m de altura es el techo de la ruta. Desde el mirador divisamos el valle del río Ibor y el potente cordal de la sierra de Las Villuercas con el pico Villuercas, que fue final de la Vuelta a España hace poco. Los hitos y señales desvían por veredas. Entonces surge la pregunta de siempre ¿carretera o camino? La carreterita es tranquila, solo hemos encontrado dos coches. Decidimos bajar por asfalto y poco después cogemos velocidad, una gozada. Disfrutamos de las vistas, del bosque, de las jaras en flor y de las pedrizas que cubren las laderas. Una vez en EX-118 remontamos el valle del río Ibor y por último ascendemos a la Cruz de Humilladero. Las piernas responden bien, pero este último tramo se nos hace bola. No podemos evitar parar un rato en el collado que da vistas a Guadalupe y su monasterio. Un lugar ideal para resetear la mente y partir con nuevas energías después de tres collados en medio de una naturaleza llena de armonía. Menudo subidón. Nos dejamos caer con la satisfacción de que la ruta está hecha. Solo falta disfrutar de Guadalupe y su monasterio, que también para eso hemos venido.