Domingo, 07 de Septiembre de 2025 |

Chinatown en el tiempo

José María Abril

Nuestra vida, la de todos nosotros y en cada uno de sus días, está llena de acontecimientos sorprendentes. De coincidencias extraordinarias, de accidentes felices y desgraciados, de relaciones imprevistas, de circunstancias insospechadas. Pero, casi siempre, al ser de baja intensidad, nos pasan desapercibidas inmersas en lo que llamamos la rutina diaria. De las importantes nos solemos dar cuenta, nos dejan desconcertados y buscamos rápidamente una explicación o, al menos, un nombre que nos ayude a integrarlas en el mundo al que estamos acostumbrados. El Azar, el Destino, los milagros…Pero a las pequeñas, incluso en el hipotético caso de que lleguemos a percibirlas, las despachamos con un “suele pasar”. Pero muchas de ellas son extraordinarias, únicas.

Una circunstancia que se repite, una de esas que menospreciamos con un “ocurre a menudo” o con un “todo vuelve en la vida”, puede no ser -en absoluto- previsible, como, por contra, sí lo es que la aguja pequeña del reloj pase dos veces al día por el mismo sitio. Acertar una vez el número exacto de la ruleta es sorprendente, pero hacerlo dos o tres veces seguidas no lo convierte en algo normal como ese paso de la aguja. Justo lo contrario.
Por eso, cuando en nuestra vida, algo vuelve y adquiere un carácter circular, puede ser que esté envolviendo un minúsculo pero insólito acontecimiento.


A las personas que perciben esos hechos pequeños extraordinarios, y que saben contarlos en su verdadera dimensión, los llamamos filósofos, poetas o escritores. Y los demás, o nos los vemos o no sabemos contarlos. Al menos, intencionadamente. Porque, a veces, uno se encuentra con destellos de esa realidad asombrosa al leer las frases de un informe comercial o en la contestación apresurada de un SMS.


Varias veces en mi vida, como en la de todos nosotros, ha habido pequeñas coincidencias…

 

Café de Flore, el 14 de junio de 2015

 

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Siempre que vamos a Paris uno de los días comemos o cenamos en el Café de Flore. 


No hay nadie allí que se llame Flore. Ni lo ha habido nunca. El nombre tiene su origen en una estatua cercana de la diosa Flora, la de las flores y la primavera, en los primeros años de la Tercera Republica. En pleno Boulevard Saint Germain, pronto se fue llenando de literatos y artistas, de actores y bohemios. Dadaístas y surrealistas adoptaron el Café de Flore como su refugio durante la Primera Guerra Mundial. Pero fueron Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir quienes más hicieron porque el Café fuera una referencia de intelectuales, de artistas y de viajeros. Ellos dos tenían su propia mesa y trabajaban todas las mañanas desde la nueve, con el desayuno, hasta el mediodía. Y volvían casi todas las noches.


Aunque vamos a Flore cada vez que estamos en Paris, no lo hacemos con tanta frecuencia como para que, por el motivo que fuere, los camareros se puedan acordar de Maite y de mí. Por ello mismo, siempre nos ha sorprendido que el trato, estupendo, lo sea por igual a viajeros como nosotros - ellos no saben si hemos caído allí por casualidad o si volveremos alguna vez - que, a clientes habituales, de los que conocen nombres, preferencias, frecuencias y hábitos, incluida la propina.


Me tengo a mí mismo por una persona afable, de buen conformar. Pero con un par de “manías” de siempre. Una de ellas es no poder soportar las corrientes de aire o los fuertes aires acondicionados en sitios, ya sean salas de reuniones, restaurantes o aviones, donde voy a tener que estar un cierto tiempo “padeciendo la ventisca”.


En el mediodía de ese domingo, 14 de junio, en el Café de Flore nos sentaron en una mesa grande y agradable pero situada en medio de una de esas malditas corrientes de aire. Cuando se lo comenté al camarero que nos había atendido, muy amablemente me preguntó qué sitio preferiría. ”Aquel junto al ventanal”. Además, así tendríamos vistas al Boulevard en un precioso y soleado día de junio. Ningún problema. 


A los pocos minutos de dejar libre “la mesa de la corriente”, entró una pareja de una cierta edad (expresión ambigua que sirve para aplicársela a quien aparenta más de diez años de que los que uno mismo tiene). Iban con un muchacho que sin duda sería su hijo. Allí les conocían muy bien y también ellos a los camareros. Con gestos de consideración y afecto les condujeron a la mesa que había sido la nuestra. Y allí se sentaron tan contentos, no sin antes saludar varias personas de las mesas de al lado que se levantaban ligeramente al responder el saludo, con un aire de respeto. Yo solo pensaba en la corriente de aire que tendrían que soportar (“¡pobres!”), cuando Maite me preguntó si no me había dado cuenta de quiénes eran. Pues no, no me había fijado.


Al hacerlo, llevé la mano al móvil instintivamente. No, aquello no era posible, no podía serlo. Y empecé a sentirlo por mi mujer que, seguro, iba a pasar un apuro tremendo. Pero yo tenía que ir a aquella mesa. Tenía que hablar con él y enseñarle la foto del móvil. Y si no lo hacía, me arrepentiría toda la vida.


“Espera un poco, no vayas aún, dame tiempo para que me haga a la idea del bochorno”, me dijo Maite. A los pocos minutos, justo después de pedir la carta, se levantaron la mujer y el muchacho, se dirigieron al fondo del café y él se quedó solo. Allí estaba tan tranquilo, imposible que supiera que-si durante muchos años de mi vida, él había sido un referente para mí- las últimas semanas yo casi no había pensado en otra cosa. Y Maite me dijo: “Pues si vas a ir, que me temo que sí, este es el momento”.


Me levanté, cogí el móvil y fui hacia “la mesa de la corriente”.

 

 

Los Ángeles, California,1913

 

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Bañada por el Pacífico, con playas tan bonitas como Malibú o Santa Mónica, con la Isla Catalina justo enfrente…la ciudad de Los Ángeles no tenía agua potable. No se trataba de una sequía temporal. No, no había agua ni en la ciudad ni en los valles que la rodeaban, no la había habido nunca. Era el principio del siglo XX y el crecimiento se estaba colapsando por la ausencia de aquello que tenían a la vista, miraran donde miraran, pero que no podían utilizar. El Ayuntamiento contrató a un Ingeniero Civil de origen irlandés y le puso al cargo del Departamento de Agua y Electricidad. William Mulholland solo recibió una orden: “Bill, trae agua, de donde sea y como sea…”


Durante años exploró todas las alternativas que tuvieran visos de realidad. Y, finalmente, lo vio con claridad. Sí, seguro que sí, era posible. Se podía traer agua desde el Valle de Owens, si se tenía el valor de construir un acueducto de 375 kilómetros. Además, en el diseño de Mulholland, se podía lograr aprovechando la orografía de esa gran extensión de terreno de forma tal que el agua no necesitara ningún tipo de fuerza ni energía de bombeo para recorrer la gigantesca distancia. O, mejor dicho, si se utilizaría una fuerza, pero sería la más barata que existe: La Ley de la Gravedad. Solo esa.


Y con el máximo sigilo se fueron adquiriendo los terrenos que enmarcarían el enorme acueducto de casi 400 kilómetros. Para ello, se empleó una compleja estructura de iniciativa privada y titularidad pública. Llevó años, miles de personas y millones de dólares, pero, finalmente, en 1913 el agua llegó a Los Ángeles. En la inauguración, un justamente orgulloso Mulholland dijo una frase que forma parte de la historia y la cultura de California: “Aquí la tenéis. Es vuestra”. Durante muchos años casi el 90% del agua consumida en Los Ángeles y sus alrededores ha provenido del acueducto. Y en 2023 sigue siendo más del 50%.


Por un tiempo, aquella obra fue el orgullo de todo el Estado, solo el Canal de Panamá la superaba. Pero, poco a poco, se fue sabiendo que, desde las más altas instancias del Ayuntamiento, cuando el proyecto no era aún conocido, algunas personas habían ido comprando en secreto terrenos en los alrededores de la ciudad de Los Ángeles. Aquello que era una mísera zona desértica se convertiría en unos pocos años en un vergel, cuando llegara el agua de Mulholland. Era el momento de comprar sigilosamente. Pusieron como titulares a testaferros y a personas ya desaparecidas que así prestarían un último servicio (no habrá que pagarles nada, solo “arreglar” un poco los testamentos). Y no contentos con ello, también adquirieron a los granjeros del lejano Valle de Owens los derechos del agua, que más tarde revenderían al Ayuntamiento de Los Ángeles, con pretextos de que esa agua se quedaría en el propio Owens. Beneficio sin riesgo en los dos extremos.


El escándalo fue mayúsculo. El propio alcalde estaba implicado. También sobre el Ingeniero recayeron las sospechas. Sin embargo, las investigaciones dejaron fuera de toda responsabilidad a William Mulholland y fue rehabilitado, él solo había hecho el prodigioso diseño y había dirigido las obras, pero no sabía nada del dinero. Pero el daño estaba ya hecho.


Más tarde, como desagravio, se puso su nombre a la carretera que recorrería las colinas de la ciudad. Sunset Boulevard y Mulholland Drive son, hoy en día, un sinónimo de Los Ángeles.

 

 

Hollywood, junio de 1974

 

A Robert Towne le llevó varios años escribir un guion de cine sobre aquella trama de corrupción con el agua de Los Ángeles. Trasladó la acción a 1937 pero mantuvo todas las claves del manejo del dinero, era casi un “roman  a clef”. Le puso por título “Chinatown” y se lo llevó a los ejecutivos de Paramount Pictures. 


Roman Polanski había vuelto a Europa a raíz del asesinato de su mujer, Sharon Tate, y cuatro amigos más por parte de “la familia” de Charles Manson en agosto de 1969. Aquí había menos presupuestos para dirigir cine, los proyectos eran más pequeños, no importaba, tenía toda la libertad creativa que necesitaba y le servían para olvidar. Pero cuando recibió la llamada, lo pensó, habían pasado más de cinco años y quizá era hora de volver. Bastantes de sus amigos de Hollywood estaban en el proyecto, sobre todo Jack Nicholson. Sí, era hora de volver y dirigir “Chinatown”.


Me resulta imposible resumir la transcendencia de esa película, hay varios libros escritos sobre ella. Por tanto, ni lo intentaré. Pero si quiero contar algo, una de esas pequeñas cosas…


El estreno tenía fecha fijada para junio de 1974, era finales de mayo y quedaban tres semanas para los últimos retoques. No todos los que estaban involucrados en el proyecto coincidían en la opinión sobre el resultado final. Pero sí había acuerdo en que la música era un acierto. Román Polanski había contratado a Phillip Lambro, un compositor “avant garde”, que apenas había trabajado para el cine y que había compuesto una música muy elaborada. Pero veían la película una y otra vez, allí pasaba algo, no funcionaba y no sabían muy bien porqué. Había que testar qué reacción tendría el público. Consiguieron sacar una fecha para hacer un pre-estreno al que asistirían el productor, el director, el guionista, los actores, el compositor, el director de fotografía…todos. Allí verían.


Pero un par de días antes les llegaron noticias de que la gente no se iba a animar a salir por la noche para asistir. Eran los días de los asesinatos de Zodiac y el miedo se apoderaba de la ciudad al anochecer. De prisa y corriendo cambiaron de ciudad, harían la prueba en San Luis Obispo, solo unas decenas de kilómetros más lejos. Pero suficientes como para que Philip Lambro, el compositor, a quien quedaban unos pocos compases por añadir, no asistiera (“no te preocupes, tú sigue trabajando, todos estamos de acuerdo en que la música es estupenda”).
La prueba fue un desastre, la muestra de espectadores, por las razones más diversas, compartían la misma opinión: “Esta película es horrorosa”. Y cuando les preguntaban qué era lo que no les gustaba obtenían respuestas variopintas, pero todas concluían igual …” mala, mala, mala…”. Todo eran caras largas en la reunión posterior que el equipo mantuvo para valorar los resultados. Además de cuantos habían participado en el proyecto, Román Polanski había invitado a que se quedara a esa reunión a un viejo amigo, Bronislau Kaper, que conocía de sus tiempos de Polonia y que, como músico profesional para los estudios de cine, conocía bien la industria… Cuando ya el silencio y la desmoralización total se apoderaron de los asistentes, el viejo Bronislau dijo con mucha calma: ”Es la música”. Todos se volvieron hacia él, esperando una explicación.


“Esa música que habéis puesto hunde la película, la inunda de sonidos que desorientan al espectador”.


A la mañana siguiente, Román Polanski tenía que volver a Europa para dirigir una ópera en Spoleto. ”Yo ya no puedo hacer más, lo siento, lo dejo en vuestras manos”. Robert Evans, el productor, tomó la decisión: "Esa música se va fuera!”. Y llamó a Jerry Goldsmith, compositor ya con una cierta experiencia el cine. Y Goldsmith aceptó el reto: En solo nueve días, compondría, orquestaría y grabaría una nueva banda sonora para “Chinatown”. Hizo un trabajo prodigioso. Sencillo, nítido, magistral. Y toda la película se contagió aquella música.
El anterior compositor, Philip Lambro, maldijo su suerte, si hubiera ido al pre-estreno no le habrían despedido; al menos, se habría defendido. Pero fueron generosos con él y el acuerdo económico fue sustancioso. El dinero le dejó tranquilo durante unos años, pero luego no pudo quitarse el “sambenito” … ¿no es aquel que echaron de “Chinatown”?

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No fue necesario retrasar el estreno ni un día. Público y crítica coincidieron en su apreciación. “Chinatown” era formidable. Fue nominada para once Oscar, incluido el de mejor música. Aunque sólo ganó el correspondiente al guion (y es que aquel año también se estrenó “El padrino, parte II” …)


La vi, por primera vez, en setiembre de 1974 en Leeds, cerca de York, en UK. Desde entonces, esa película y la música de Jerry Goldsmith han sido parte de mi vida. La vuelvo a ver de vez en cuando. Y me sigue desbordando en su perfección. Escucho con frecuencia su música y fue muy emotivo ver a Jerry Goldsmith dirigir su “Tema de amor de Chinatown” en un concierto en el Auditori de Barcelona en 1.999.

 

 

 

Bilbao, mayo de 2015

 

Kepa Garraza es, en mi opinión, uno de los mejores pintores de la nueva generación en España. Somos amigos, pero no creo que la amistad nuble mi juicio.


Nos conocemos desde 2010, Maite y yo hemos visitado muchas veces su estudio, al lado de la Ría, casi enfrente del Mercado de la Ribera de Bilbao. Compartimos con Kepa compañeros de trabajo, amigos, el cine como fuente de inspiración, la música, el chocolate Lindt con un 90% de cacao…


En el comienzo de la primavera de 2015 Kepa y yo pasamos mucho tiempo hablando de Roman Polanski y de “Chinatown”. Si esa película era parte de mi vida, Kepa podía dar reciprocidad a aquello. ”Puedo hacer que tú seas parte de ella, te pondré dentro”. Y volvimos a ver juntos la película, con mucha calma y otra tableta más de Lindt.

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Elegimos cuatro posibles escenas. Finalmente, acordamos que la mejor era la de la conversación entre Jack Nicholson y Faye Dunaway en el exterior del restaurante Brown Derby. Más tarde, al leer el libro “El gran adiós”, me enteraría que también era la preferida de Román Polanski, a pesar de su simplicidad y aparente intranscendencia en la trama.


A primeros de junio, Kepa Garraza había terminado “su Chinatown”, “nuestro Chinatown”.


¡Ya estaba! Hicimos la habitual reunión familiar para colgar el cuadro a comienzos de semana ya que el sábado salíamos en coche para pasar unos días en Paris.

 

Aquel 14 de junio de 2015 en el Café de Flore

 

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Me dirigí, móvil en mano, a la “mesa de la corriente”. Allí estaba él, tranquilo, leyendo el menú mientras esperaba que su mujer y su hijo volvieran. Le saludé y le pedí disculpas por importunarle a lo que hizo un gesto de restarle toda importancia. Solo quería expresarle la admiración y respeto que sentía por su obra. Asintió con una sonrisa de agradecimiento. Sobre todo, por “Chinatown”, una película que era parte de mi vida. “Si, si…no nos salió mal” respondió Roman Polanski.


Le dije que quería enseñarle una foto a lo que volvió asentir amablemente. Era la que había hecho a principios de esa misma semana cuando Kepa vino a casa y colgamos el cuadro. Cogió el móvil, observó, cambió el tamaño para fijarse en los detalles, levantó la cabeza para mirarme, volvió a mirar la foto del cuadro.


“Aquí está Jack, aquí está Faye pero este del centro… ¡eres tú! …pero tú no salías en Chinatown…, ¿no es cierto? “No, maestro, yo no salía…”. “Entonces esta foto es un montaje…”. “Es que no es una foto, es un cuadro”. Volvió a fijarse. “Es cierto, no es una foto, es un cuadro”.


Volví a la mesa donde estaba Maite, le conté la conversación y miró hacia la mesa donde él seguía esperando a que volviera Emmanuelle Seignier y su hijo. Un nuevo gesto de asentimiento.


A la salida, le mandé un SMS a Kepa Garraza para contarle la historia. “Es posible? ¿pero acaba de pasar así?”. “Si, Kepa, exactamente así”. Nuevo SMS de Kepa: ”…es que hay cosas que solo pasan en Paris”.
Algún tiempo después, un día de finales de abril de 2018, volvíamos a cenar al Café de Flore con unos amigos…

 


 

El destino de nuestras vidas: azar y voluntad
- Ángel Toña -

 

 

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Tengo la costumbre de escribir un diario. Me resulta fácil, porque no deja de ser una descripción de lo ya pasado, con observaciones, reflexiones y pensamientos sobre hechos pasados.

Pero ¿sería capaz de escribir el diario de mañana? No, por mucho que creamos en la previsibilidad de nuestras vidas, lo extraordinario se nos impone de tal forma, y con tal complejidad, que no es posible anticiparlo. Lo verdaderamente importante de cada día, solo lo conocemos una vez pasa a formar parte del pasado.


Tan imprevisible como que un día de 2015, Jose Mari y Maite coincidieran en el Café de Flore con Roman Polanski y le mostraran la foto de un cuadro que, justo unos días antes, su amigo Kepa Garraza había pintado basado en una escena de la película Chinatown, en la que Jack Nicholson y Faye Dunaway aparecen con Jose Mari, y que Roman Polanski había dirigido.


¿Hubiera podido siquiera imaginarlo? No, pero sucedió. Nuestra existencia está llena de sucesos extraordinarios que nunca hubiéramos anticipado. Ocurrieron y conforman nuestra trayectoria personal, familiar y profesional. La vida es una gran caja de sorpresas, irrepetible e inimaginable. Nos cabe esperar que, además, haya tenido sentido.

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