Domingo, 07 de Septiembre de 2025 |

El ciclismo de los grandes hombres

José Antonio Díaz

¿Qué tuvieron en común Víctor Hugo, Julio Verne, Émile Zola, León Tolstói, Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini?

[Img #3549]Pues que al autor de Los Miserables le gustaba el ciclismo. Lo mismo que al hombre que escribió 20.000 leguas de viaje submarino. Idéntico que a los autores de Nana y Anna Karenina, o al compositor de Il trovatore, Rigoletto, La traviata y Aida, y a su colega y amigo, el hombre que ideó óperas sublimes como Manon Lescaut, La Bohème o Madame Butterfly.


Literatos, músicos y novelistas se dejaron seducir por la pasión que emanaba el deporte de las dos ruedas. Sabido es que Víctor Hugo era un ferviente ciclodeportista que gustaba de leer, casi con obsesión, las páginas del rotativo deportivo Le Velocipéde (Grenoble, 1869). Por ello no es de extrañar que animase y patrocinase a su secretario Richard Lesclide (por lo demás notable escritor y poeta) para que editase Le Velocipéde Illustré (París, mayo de 1869), publicación que ayudó enormemente a la difusión y popularización del ciclismo en Francia. 


A Julio Verne también le gustaba el ciclismo, aunque de forma más moderada. Nada que ver con la pasión que sentían Paul Valery, Zola ó Tolstói por aquellas rudimentarias máquinas de dos ruedas.


A Valery, por ejemplo, le gustaba pasearse en su Humber por el bosque, de seis a ocho de la mañana, antes de acudir al trabajo, mientras que el conde León Tosltói gustaba también de montar en bicicleta e incluso se interesó por el velocipedismo de competición.


Pero sin duda alguna fue Émile Zola quien llevó más lejos su pasión por el velocipedismo. Es sabido que cuando encargó una de las bicicletas de lujo que fabricaba la firma Rudge, la gente se arremolinaba delante del escaparate en el que estaba expuesta, en la parisina rue Halévy. Aquella era una máquina que causaba admiración, de lujo. Era muy ligera para la época, pues apenas pesaba 15 kilos y, claro está, era carísima: 1000 francos, una fortuna para la época. Con ella pedaleaba no menos de 20 kilómetros al día, ida y vuelta a Médan. También aconsejaba que las mujeres montasen en bicicleta, pues consideraba que así ganaban en libertad.
Lejos de Francia, en la Italia del último cuarto dell´Ottocento dos grandes compositores como Giuseppe Verdi y Giacomo Puccini se dejaron seducir por el placer de desplazarse dando pedales. Y es que al igual que el rey Vittorio Emanuele II, Verdi también fue socio del primer club velocipedista de Italia, el Veloce Club Fiorentino, constituido en Florencia el 15 de enero de 1870.


Cuenta Galli Andreini en su Puccini e la sua terra (Lucca, 1984) que el último gran creador de la ópera italiana se enamoró locamente del ciclismo cuando contaba 35 años. Por aquel entonces era huésped del conde Bertolini en su casa de Pescia y alternaba sus salidas en velocípedo con la composición del segundo y tercer acto de la Bohème. Más aún, en ocasiones salía a entrenar solo o con algún amigo, silbando melodías que luego plasmaba en sus partituras. También gustaba de llegarse en bicicleta a los Baños de Montecatini, a visitar a Verdi, que tomaba allí las aguas. También participó en alguna excursión velocipédica a Lucchesia y Valdinievole, y sabemos que le gustaba presenciar carreras en bici, convirtiéndose en un auténtico “tifoso” de un cierto Leopoldo Santini, de Lucca.


Como Zola, Puccini se gastó una auténtica fortuna en su bicicleta, una Humber modelo de 1893, de las que pocos podían permitirse. Pagada con los derechos de autor y el dinero de las representaciones que le devengaba Manon, Puccini le confesó a un amigo: “He hecho una locura, he gastado demasiado”, para añadir a continuación: “Pero me será útil…”

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