La infancia y la adolescencia son dos periodos cruciales a la hora de fomentar hábitos de vida saludables.
En la actualidad, y por desgracia, el ejemplo que como sociedad transmitimos a esa juventud en cuanto a nuestros desplazamientos es penoso.
Apenas sabemos prescindir de los vehículos con motor de combustión y, es más: ¡un gran porcentaje de los viajes a los centros escolares se realizan en ellos, congestionando los accesos y contaminándoles física y mentalmente.
Aunque en el pasado las cosas fueron muy diferentes, predominando el acceso a pie a las escuelas, institutos o colegios, nos hemos vuelto hiperprotectores respecto a nuestra prole.
Especialmente en las zonas urbanas, y más cuanto más grandes son, vehículos privados y autobuses trasladan a la mayor parte de la población escolar a los centros, y de estos, a sus domicilios.
El porcentaje de escolares que hoy en día acude a sus centros de formación utilizando medios de desplazamiento activos y sostenibles es muy variable, al igual que las características de los accesos a los mismos.
Sin embargo, en algunos centros se ha conseguido llegar a cifras del 75% de asistencia en bici, tanto entre el alumnado como en el profesorado.
¿Es bueno que el transporte escolar sea activo y sostenible?
Sin duda, la respuesta es un sí rotundo.
Debemos recordar que el estilo de vida es el principal factor condicionante de la salud, y que escribimos sobre personas en la mejor edad para aprender y adquirir costumbres saludables.
El uso regular de la bicicleta mejora la salud cardiovascular y respiratoria, así como la función de músculos y articulaciones, reduce el porcentaje de grasa corporal y aleja el riesgo de padecer el denominado síndrome metabólico.
Un estudio canadiense analizó en 2013 las cualidades de 1016 jóvenes entre 12 y 19 años.
Quienes utilizaban la bicicleta en sus desplazamientos, acumulando 1 o más horas por semana de pedaleo, tenían mejores cualidades aeróbicas, menor Índice de Masa Corporal y diámetro de la cintura, así como mejores datos de colesterol que quienes no utilizaban esa joya de dos ruedas.
Y la mejora de los datos era mayor incluso que la de escolares que acudían a sus centros andando, siendo esta otra forma activa y sostenible de transporte.
Pero no se quedan ahí las cosas.
Además, el uso regular de la bicicleta, y de otras formas de desplazamiento activo, mejora el estado sicológico.
No solo por el conocido aumento de la producción de endorfinas, sino también porque facilita los contactos sociales.
Frente al aislamiento que impone viajar en vehículos privados, andar o rodar pone a las personas en contacto y mejora la cohesión social.
Si añadimos que el contacto con la naturaleza facilita la percepción del entorno y estimula su cuidado, veremos que los beneficios de usar la bicicleta en los desplazamientos escolares se acumulan.
Por si todos los anteriores no fueran argumentos suficientes para impulsar esta forma de desplazamiento, la realidad cotidiana, tozuda ella, añade otro aspecto a considerar: el económico.
Frente a la opción de comprar vehículos con motor de combustión, tener que obtener permisos de circulación, pagar seguros y caros combustibles, las bicicletas, si nos escapamos de las tentadoras máquinas punteras, son vehículos económicos, de compra y de mantenimiento.
¿Qué obstáculos frenan la generalización del acceso a centros escolares en bici?
Uno de los motivos es la falta de seguridad, objetiva y subjetiva.
En 945 hogares de Colorado (USA), con hijos e hijas de entre 1 y 14 años, se realizó un estudio preguntando a qué edad consideraban seguro que una persona joven pudiera bañarse sola en un estanque, cruzar sola una calle o rodar en bicicleta en solitario por una ruta con tránsito.
Para el baño, la edad promedio aceptada fue de 6,6 años. Para cruzar la calle, 9 años, y para rodar en bicicleta, 12,2 años.
Está claro, por lo tanto, que la percepción de seguridad es un factor decisivo para acelerar la implantación del transporte en bici a los centros escolares.
Es una asignatura pendiente cuya solución exige una reflexión colectiva de las personas y entidades que conforman cada ciudad o pueblo.
Para empezar, hay que establecer nuevas prioridades en cuanto al transporte local.
En España, mediado el año 2022, hay algo más de 9 millones de personas en edad escolar, entre 0 y 19 años. Por lo tanto, susceptibles de acudir a centros de formación de diferentes niveles.
Es un enorme “pelotón” que puede ser atraído hacia la movilidad activa y sostenible que nos ofrece la bicicleta.
Mi agradecimiento a la consultora urbana Projekta Urbes por sus aportaciones en este campo.