Martes, 14 de Octubre de 2025 |

Cuatro días de Julio de 1958 en San Sebastián

Primera parte: “Sin Libro de Familia… ¡habitaciones separadas!”

José María Abril

Good evening.

“Solo l’arte soppravive, mío caro, nient’altro”. Lo escuché en 2012 a raíz de un viaje a Venecia. Desde entonces, esa frase ha estado dando vueltas en mi cabeza y más de una vez la he soltado sin venir mucho a cuento, así como está, en italiano, aunque no lo hablo. No importa, se entiende bien y tiene una musicalidad que probablemente se pierda al traducirla. “Solo el arte sobrevive, querido amigo, nada ni nadie más”.
Vivimos tiempos de “arte instantáneo”
, pero ¿quién determina qué es arte y qué no lo es? ¿cómo influyen las modas y los intereses? Nosotros mismos nos encontramos calificando de “obra maestra” a cosas que, simplemente, nos gustan en ese momento y pasados unos meses es posible que ni recordemos haberlas oído, visto o leído. Pero… ¿acaso nuestra opinión, aunque sea efímera, no tiene valor? ¿Por qué van a ser los críticos profesionales los que determinen y jerarquicen arte y artistas? Por eso me gusta esa frase, solo el tiempo será el verdadero juez sobre el arte (como sobre tantas cosas…).


Probablemente haya sido siempre así y si no, que se lo digan a Van Gogh o a tantos otros que dedicaron su vida a algo que tardaría generaciones en ser reconocido. Pero el problema del tiempo, ese juez supremo e inapelable, es que puede tardar mucho en llegar. Sí, tiene gracia, “él”- que está siempre apremiándonos-, otras veces puede tardar mucho en llegar. Y mientras tanto, el artista en la penuria y los demás, pontificando sobre lo divino y lo humano.


Pero dejemos de filosofar, es más fácil hacerlo con una historia real sobre algo que ocurrió en San Sebastián en julio de 1958. Fue entre los días 21 y 24, cuando el verano donostiarra estaba en su esplendor.

 

Un pequeño problema con el Hotel

 

La pareja subió las escaleras del Hotel María Cristina acompañados por un colaborador de la organización del Sexto Festival Internacional de Cine a quien le habría gustado que, en vez de aquellos dos jóvenes desconocidos llegados del Este, le hubiera “tocado” acompañar a Kirk Douglas. Pero, claro, él era el único que hablaba polaco. Además, para hacer de “apoyo” del actor americano de moda, había que llevar más años colaborando con el Festival.


Y es que Kirk Douglas “lo era todo” en el Hollywood de entonces. Producía él mismo sus películas, contrataba y despedía directores, arriesgaba y ganaba siempre. En aquellos mismos días que visitaba San Sebastián, Douglas estaba contratando a un guionista incluido en “la lista negra de Hollywood” por haber pertenecido al Partido Comunista. Y además, le permitiría que, por primera vez después de salir de la cárcel, firmara con su propio nombre. Dalton Trumbo escribiría y firmaría “Espartaco”. Kirk Douglas convenció a todos de que era ridículo escribir una historia de rebelión ocultándose bajo un pseudónimo. Por poner un equivalente, Kirk Douglas era como el Tom Cruise de estos tiempos …o, mejor dicho, al revés.

 

Pero nuestro primerizo y polaco-parlante colaborador del Festival tenía que conformarse con servir de apoyo a los dos jóvenes desconocidos que subían las escaleras del María Cristina ilusionados con la situación en que se encontraban. “Son Bárbara Kwiatkowska y su acompañante”, dijo al empleado del hotel mientras le tendía los dos pasaportes. “Desde la Organización del Festival, les hemos reservado una habitación de las grandes”.


“Bienvenidos al Hotel María Cristina, señores Kwiatkowski” dijo el recepcionista con absoluta tranquilidad, como si fuera un apellido que pronunciara diez veces cada día. Y al oírlo aquellos dos jovencitos sonrieron con cara de satisfacción, más ella que él, que se acercó al oído para decirle en voz baja: 


-“A pesar de todo, Bárbara, te insisto en que te lo tienes que cambiar, va a ser muy difícil hacer carrera de actriz en el cine con ese nombre, si hasta a mí me cuesta pronunciarlo” 
.- ¡Que no, que no y que no! …menudo disgusto para mis padres… además, este señor lo ha dicho perfectamente”. 
- Si…y probablemente llevaba media hora ensayándolo…”.
El encargado de la recepción comprobó los dos pasaportes.
 -“Veo que aún no tienen cambiado los apellidos, son distintos, supongo que son recién casados, mi enhorabuena por ello”. El ayudante del Festival les tradujo y ellos exhibieron una sonrisa de circunstancias, sin decir nada.
- “El Libro de Familia, si son tan amables”.
- “Es que no tienen Libro de Familia, aún no se han casado, pero, así entre nosotros y muy confidencial, yo creo que lo van a hacer muy pronto, no hay más que verlos”, terció el empleado del festival, guiñando un ojo e inventándose un compromiso que no existía. Estaba aplicando lo que le habían dicho en la organización del Certamen: “…y si surgen imprevistos, usad la imaginación…”.
- “Ahhh…entonces vamos a tener que hacer un pequeño ajuste en la habitación que les teníamos reservada. La tendremos que modificar por dos habitaciones separadas. Lamento mucho los inconvenientes, pero seguro que comprenden que no podemos hacer otra cosa. Les buscaremos unas más pequeñas, pero también con vistas al Urumea”.

 

[Img #3317]

 

Los jóvenes insistieron que querían estar juntos. Les daba igual que fuera un cuartucho y que, en vez de vistas, diera a un “cul de sac”, ¡ellos querían estar juntos! El recepcionista pidió un tiempo para consultar con el director, quien se presentó en la recepción casi al momento. Entendió y asintió. Al principio, puso cara de compungido para luego cambiar el semblante…” vamos a intentarlo”.


Se retiró un poco y pidió que le pusieran con “la autoridad competente”. En 1958, con aquel régimen político, no hacía falta ser muy listo para saber a quién se refería. Con voz sosegada y llena de convicción expuso el problema hasta que, al cabo de un minuto, se oyó a través del teléfono una voz que no era ni sosegada ni convincente. Más bien era una especie de orden vociferada, un bocinazo: 


-“Si no hay Libro de familia… ¡habitaciones separadas y se acabó”.


El director se aclaró la garganta y con la mayor cortesía de que fue capaz, expuso a la pareja el resultado de sus gestiones. La decepción era patente. El máximo responsable del hotel dio todas las explicaciones posibles, lo sentía muchísimo y harían todo lo posible porque su estancia en San Sebastián fuera inolvidable. Esto último sí que ocurrió; a partir de ese momento Bárbara y su novio vivirían una experiencia única…pero esto lo contaremos dentro de un rato. Cuando ya se retiraba a su despacho, compartiendo la desilusión de sus clientes, el director se detuvo, parecía estar cavilando alguna salida. Y volvió junto a su empleado de recepción, se acercó a su oído y le dijo: “Bajo mi responsabilidad…ponles en la misma planta y en las habitaciones más juntas que encuentres, de las que tiene una puerta interior que comunica y que, a veces, esos descuidados de mantenimiento tienen el imperdonable olvido de no cerrar con llave…, claro, son días tan ajetreados...”.

 

El misterio de la suite 405

 

Han pasado 65 años desde entonces. Por un momento, volvamos al presente, comienzo del verano de 2023. Hace unos días Maite y yo hemos pasado unos días en San Sebastián, en el Hotel María Cristina. Por razones que explicaré enseguida, tenía especial interés en saber si la Suite 405 se encontraba en el mismo sitio y mantenía la misma estructura que tenía en 1958. Y lo quería saber por una pareja que estuvo alojada allí entre el 21 y 24 de julio de aquel año. No, no eran los jóvenes polacos que no tenían Libro de Familia. A quienes ocuparon esa suite aquellos días ni se les hubiera ocurrido pedírselo. Y, de ocurrírseles, no se hubieran atrevido. Menudo bufido les hubiera pegado el invitado. O quizá se hubiera reído a carcajadas.


Estuve hablando con el responsable de conserjería. ¡Mala suerte! El hotel había tenido una profunda reestructuración en 1985 y se había modificado toda la morfología del edificio, el tamaño de las habitaciones, la ordenación, la ubicación, la numeración…todo era distinto desde entonces. La habitación 405 es ahora una habitación normal, una más del hotel.


Le expliqué al conserje la razón de mi interés. Y me sorprendí de que nadie hubiera preguntado nunca al respecto. “No, nadie ha preguntado cuál podría ser la habitación o habitaciones correspondientes a la suite 405, seguro que se dividió en varias y se redistribuyeron de alguna forma. Pero vamos a hacer todo lo posible por averiguarlo, a nosotros nos interesa también saberlo. Preguntaremos a los empleados más antiguos y consultaremos los archivos. Le mantendremos informado; espero que, antes de que termine su estancia, tengamos todo al respecto.”

 

[Img #3318]

 

A partir de ese momento, sin que nosotros les dijésemos nada, cuando entrábamos o salíamos del hotel, “nos daban el parte” de cómo iba la investigación. Y detrás de ellos, en conserjería, tenían una lupa enorme sobre planos medio desplegados, librotes abiertos y carpetas de anillas con copias a carboncillo. Sin duda, se lo estaban tomando con mucho interés …Y, cada vez, yo subía a la habitación con más cosas que me iban dando, fotocopias de cómo era la estructura desde 1948 y cómo cambió con la reforma del 85, libros y archivos por si quería consultarlos y hasta una tesis de licenciatura sobre la infraestructura hotelera de la ciudad en la primera mitad del Siglo XX. Pero sin una solución concluyente. En el Hotel no lo entendían. Esa suite no aparece, no está en los planos ni en los documentos de aquellos años. Acabó nuestro largo fin de semana en San Sebastián y la suite 405 de 1958 seguía sin aparecer.


Al despedirnos, nos dijeron que se reunirían con el Ayuntamiento el mes siguiente para continuar sus indagaciones. Ya tenían fijada la cita y nos contarían el resultado. ¡Qué amables! 


Pero el misterio, cuando escribo estas líneas, está aún por resolver. Nadie sabe si daba al Norte o al Sur, si tenía balcones o ventanas, qué es lo que veían sus ocupantes cuando se asomaban, cuantos compartimentos distintos tenía …Las habitaciones no desaparecen así como así, pero no hay solución, por el momento, para el Misterio de la suite 405. Quizá al “Maestro” se le hubiera ocurrido una historia al respecto. Porque lo que sí se conoce es quienes la ocuparon durante aquellos cuatro días de julio de 1958…

 

Alfred y Alma

 

Alfred Hitchcock, aún no Sir, y su esposa, Alma Reville, aterrizaron en el aeropuerto de Biarritz el 21 de julio de 1958 procedentes de Paris. Al cruzar la frontera, mientras que algunos de los coches anteriores estaban apartados, con los maleteros abiertos y sus ocupantes fuera del vehículo, dando explicaciones y pasando más de un apuro, a ellos solo les pidieron un favor... ”Míster Hitchcock, es que casualmente, hay un fotógrafo por aquí… ¿nos podemos hacer una foto con usted?, no hace falta ni que salga del coche, faltaría más…”.

[Img #3320]


Ese fue el comienzo de una estancia en San Sebastián en la que Alfred y Alma recorrieron la ciudad llenándolo todo de simpatía. Les acompañaba un fotógrafo que dejó constancia de ello. La sociedad Gaztelubide, Casa Nicolasa, el museo de San Telmo, la Iglesia de Santa Maria…También la broma que “el Maestro” gastó a un par de críos en la Avenida: entró en una tienda de antigüedades y se “expuso” a sí mismo en el escaparate, sin mover un músculo durante un rato largo mientras los niños se quedaban pasmados de “lo bien que han hecho esa escultura nueva, parece de verdad”. Todo está documentado y junto a estas palabras hay algunas de esas fotos.

Y siempre la misma afirmación, tanto en los diarios de la época como en los textos actuales que cuentan lo ocurrido aquellos días: “Alfred Hitchcock y su esposa se alojaron en la exclusiva suite 405 del Hotel María Cristina”. Quizá la suite que nunca existió.

 

Caminos que se cruzan. Fin de la primera parte

 

Para el Festival de Cine de San Sebastián, en su sexta edición, aquel 1958 fue el más importante de su historia, los primeros años solo proyectaban películas españolas. Pero de repente, allí estaban, visitando la ciudad en los mismos días y compitiendo por llevarse la Concha de Oro, el director más reconocido de todos los tiempos y al actor más cotizado del momento. Los carteles inundaban la ciudad: “Vértigo”, un film de Alfred Hitchcock, con James Stewart y Kim Novak. “Los Vikingos”, protagonizada por Kirk Douglas y Tony Curtís, dirigida por Richard Fleischer.


Ahhh…no, no me olvidaba, también estaban allí Bárbara Kwiatkowska y su novio Roman. Ella había hecho su primera película en Polonia. Era una actriz aficionada y apenas había cobrado por actuar, como tampoco lo habían hecho todos los demás que habían colaborado. No había presupuesto. Y por ello fue una suerte enorme que el Festival aceptara que “Eva quiere dormir” fuera a concurso. Eso ya era un premio. Si encima les pagaban el viaje y el hotel a ella y a él… ¡felices! Y es que, además, “el acompañante enamorado” era muy aficionado al cine, incluso había podido dirigir en Polonia un pequeño cortometraje surrealista sobre dos hombres que salen del mar acarreando un armario.


 - “Bárbara, si tenemos suerte, a lo mejor coincidimos con Alfred Hitchcock o con Kirk Douglas en el hotel y nos firman un autógrafo… ¡somos afortunados! ¿eh?”.

 

[Img #3319]

 

Continuará


 

Solo el tiempo juzga la obra

Ángel Toña Guenaga

 

Hace un año, Jose Mari y yo empezamos este espacio editorial, en que él compone la pieza escrita, el artículo, y yo lo acompaño con un “suelto”, en la confianza de que el tiempo juzgue positivamente esta colaboración.


Hemos dedicado mucho tiempo de nuestras vidas, quizá cincuenta años, a infinidad de trabajos, con la sensación de robar el tiempo a otras actividades que queríamos realizar. El tiempo que siempre nos faltaba. 


Solo nuestra pequeña historia pondrá la vida donde le corresponda. Si lo que hicimos, dijimos y escribimos tuvo algún sentido. Nada podemos imaginar hoy sobre lo que pueda sobrevivir a nuestro propio tiempo, posiblemente nada y en el mejor de los casos, poco.


Si algo de lo que realizamos traspasa nuestra existencia, es que lo hicimos con ese arte. “Solo el tiempo será el verdadero juez” dice Jose Mari. Si alguna impronta quedó impregnada en otras vidas, en otros tiempos posteriores, será el signo de nuestra contribución al pequeño trozo de humanidad al que tuvimos acceso. Innominados, porque no hace falta pasar a ninguna posteridad que no sea la de conformar colectivamente un mundo habitable, con un plus de felicidad para los que nos sucedan. No hace falta conocer a quien lo hizo posible, es suficiente reconocer una obra bien hecha, para intuir, que aquello solo pudo ser obra de un artista. O de un artesano.

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